Enya, Memory of Trees, para inspirarte

El Anarquista Místico - Sección 1 - Reflexiones sobre el Árbol

>> viernes, 10 de abril de 2009

Muchas antiguas culturas nos hablan de que los humanos nos parecemos más a los árboles que a los animales. Pienso que es cierto.

James Lovelock, el creador de la hipótesis de la Gaia, compara a la Tierra con un árbol:

“Para empezar, imaginen que están de pie encima del tocón de una secoya gigantesca que se acaba de talar. Era un árbol enorme que pesaba más de dos mil toneladas y que tenía más de cien metros de altura, una torre de lignina y celulosa. El árbol comenzó su vida hace dos mil años. Una cosa curiosa de un árbol como este es que, durante su vida, casi todo él es madera muerta. Mientras crece, solamente tiene una fina capa de tejido vivo alrededor de su tronco. La madera de dentro está muerta al igual que la corteza que protege este delicado tejido. Mas del 97 % del árbol sobre el cual estamos de pie ya estaba muerto antes de talarlo. De este modo, un árbol es muy parecido a la Tierra misma. Alrededor de la superficie esférica de la Tierra hay una fina capa de tejido vivo de la cual formamos parte los arboles y los seres humanos. Por supuesto, todas las rocas, debajo de nuestros pies y el aire encima de nosotros están muertos. Pero el aire y las rocas o son los productos directos de la vida o han sido sumamente modificados por la presencia de ella. ¿Es posible que la Tierra este viva como el árbol? Fue la vista desde el espacio, hace unos veinte años, lo que nos demostró lo hermoso y adecuado que es nuestro planeta cuando se ve en su totalidad. La Tierra también se vio desde el espacio con longitudes de ondas invisibles por medio de los sensores de instrumentos científicos, y su vista hizo que algunos de nosotros reconsiderásemos nuestras teorías sobre la naturaleza de la Tierra. Me indujo a mí y a mi colega y amiga Lynn Margulis a proponer que la Tierra misma, de alguna manera, está viva igual que un árbol, viva al menos para poder regular su clima y composición química. Llamamos Gaia a esta idea, basándonos en el antiguo nombre de la Tierra. Un árbol es, en muchos sentidos, un modelo vivo de la Tierra. En efecto, algunos árboles determinados de las selvas tropicales son casi ecosistemas completos en sí mismos. Albergan una vasta gama de especies, desde microbios hasta animales grandes, sin mencionar las numerosas plantas que crecen en sus ramas. Aquellos arboles tropicales son casi tan autosuficientes como la Tierra. Reciclan casi todos los elementos nutritivos bajo su dosel y, junto a los demás arboles, mantienen el clima y la composición de la selva. Mi visión de la Tierra comprende un sistema autosuficiente llamado Gaia parecido al de aquellos arboles de la selva. Aunque algunos de mis colegas en la ciencia empiezan a tomárselo en serio como una teoría que se debe comprobar, la mayoría prefieren considerar a la Tierra como só1o una bola de roca humedecida por los océanos, una finca planetaria que hemos heredado. Nosotros y el resto de la vida somos solamente pasajeros. La vida puede haber alterado el medio ambiente o evolucionado junto a él, como por ejemplo, introduciendo oxigeno en el aire, pero aquellos colegas míos ven esto solamente como el acto de unos pasajeros que, en una larga travesía oceánica, decoran sus camarotes. Si la corriente principal de la ciencia de vanguardia tiene razón y la Tierra realmente es así, entonces es posible que la supervivencia no dependa de lo que hagamos mientras no la estropeemos lo suficiente para ponernos en peligro nosotros mismos junto con los cultivos y el ganado. ¿Pero qué ocurre si, en lugar de eso, la Tierra es un vasto organismo vivo? Dentro de tal sistema vivo, las especies son prescindibles. Si una especie, como por ejemplo los seres humanos, afecta adversamente al medio ambiente, con el tiempo esta será eliminada con la misma piedad que demuestra el microcerebro de un misil balístico intercontinental que se dirige hacia su objetivo. Si la Tierra es así, entonces nos enfrentamos con la difícil tarea de reintegrar la creación, de aprender de nuevo a formar parte de la Tierra y no separarnos de ella." (James Lovelock, citado en Simposium sobre la Tierra, ed. Kairós, pág. 36)

Pero el árbol no solamente aparece como metáfora en el discurso actual de la ciencia, también lo ha hecho profusamente en nuestra herencia mística, religiosa y espiritual. A tanta distancia de esas herencias culturales la comparación con los árboles resulta extraña, pero en realidad también es una parte importante de nuestra cultura occidental o acaso nos hemos olvidado de aquel mítico árbol prohibido en el centro del paraíso y de cuyo fruto nos era prohibido comer. El pecado fue comer esa manzana, no la serpiente seductora. Comer del árbol, saber del árbol siempre ha sido nuestra condena.

Un largo pasaje de Manly P. Hall (que anexo en inglés como documento separado), nos ilustra sobre el simbolismo sagrado del árbol en un capítulo que llama “Cultus Arborum”. Retomo y traduzco solo uno de los párrafos:

“El árbol cósmico escandinavo, el Yggdrasil, apoya en sus ramas nueve esferas o mundos, --que los egipcios simbolizaron con los nueve estambres de la persea o el aguacate. Cada una de ellas está incluida en una décima esfera misteriosa o huevo cósmico – la indefinible Cifra de los Misterios. El árbol qabalístico de los judíos también consiste de nueve ramas, o mundos, que emanan de la Causa Primaria o Corona, que rodea sus emanaciones como el cascarón que rodea al huevo. La fuente única de la vida y la interminable diversidad de sus expresiones tiene una analogía perfecta en la estructura del árbol. El tronco representa el origen único de la diversidad; las raíces, profundamente encamadas en la tierra oscura, simbolizan la nutrición divina; y la multiplicidad de las ramas que nacen del tronco central representan la infinidad de los efectos cósmicos que dependen de la causa única o primaria.”

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Ecosistémicamente hablando la continuidad de la vida en nuestro planeta también pende de un árbol. Del último árbol. Ese árbol cuya tala puede provocar el colapso global del ecosistema. Ese último árbol a la orilla del desierto, que logra mantener a raya la desertificación y cuya tala hace que ese desierto se expanda inexorablemente. Ese árbol en alguna parte del Amazonas cuya tala hará desaparecer la selva completa. O, aún más vívido, ese árbol a la orilla de la ciudad cuya tala hace que su clima cambie radicalmente…


El árbol es tan real, tan cercano a nosotros como lo es el cosmos. Por eso los mayas tenían su ceiba sagrada, los celtas su roble, los germanos su fresno y los griegos su olivo.

El árbol es la metáfora perfecta para la vida en nuestro planeta. Rescatar su herencia, rescatar su simbolismo es un deber humano sagrado. Hay que recuperar el árbol natural y olvidarnos de esa imitación plástica que adorna hoy en día nuestras navidades…

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